A los 30 años, un 11 de febrero de 1936, Silvia Plath, habiendo sellado las puertas del cuarto de sus pequeños Frieda Y Nicholas con sumo cuidado y dejando al lado de sus dos pequeños, sus vasos de leche, abrió la llave de gas y metió la cabeza en el horno, tomó todas las precauciones para que el escape de gas no dañara a sus hijos, y terminó así con su existencia. “Morir Es una arte”, para Silvia, una patológica amante de la perfección, morir como todo lo demás era un acto que debía ser ejecutado con sumo detenimiento y precisión. Sin embargo el hecho de su muerte no tuvo mucha trascendencia para la prensa, debido a que no era muy conocida en el ambiente literario. Ya que hasta esa fecha su único libro conocido The Colossus, no había tenido demasiada acogida.
Fue una poeta excepcional atrapada durante los últimos meses de su vida en un miserable departamento, atormentada por su soledad insufrible, atrapada también en el ambiente de apariencias que rondaban los años 50, del que Silvia fue una genial exponente, porque había sido criada para ser complaciente, y quizás lo logró, fue complaciente con su familia, con los profesores, con el público que contemplaba su aparente matrimonio perfecto. Pero detrás de la típica ama de casa, encantadora y de amplia sonrisa y de la absurda puesta en escena se encontraba una mujer apasionada, que no había logrado un matrimonio feliz, una mujer insatisfecha de sus logros a pesar de su tremenda genialidad, una Medea del siglo XX que a diferencia de la original no eliminó de la escena a sus hijos para vengarse de su ex marido victima de celos atroces sino a sí misma.
El otro tema es la muerte, específicamente Silvia siempre sintió una especial atracción por el suicidio. En el verso la muerte es tratada como una danza que se tiene que ejecutar cada cierto tiempo, en realidad cada década marca un incidente trágico, porque a los 10 años murió su padre, (Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer./La primera vez que sucedió tenía diez./ Fue un accidente), a los 20 años tuvo su primer intento de suicidio, y probablemente fue la segunda etapa más dura y confusa de su atormentada existencia: (La segunda vez pretendí/ Superarme y no regresar jamás./Oscilé callada./Como una concha marina./Tenían que llamar y llamar/Recoger de mí los gusanos perlas pegajosas).
Parece ser que cada década simboliza algo especial en el verso, no un renacimiento sino un volver a la muerte en forma trágica (Lo logré otra vez,/Me las arreglo/una vez cada diez años). Y finalmente como para cerrar con broche de oro la llegada de los treinta (Y yo una mujer sonriente./Tengo solamente treinta años. /Y como gato he de morir nueve veces.), con lo que llegaría el tercer encuentro con la muerte: (Esta es la número Tres./Qué desperdicio/Eso de aniquilarse cada década.), y es precisamente este el encuentro definitivo, el cierre del telón en tres actos, dejándonos a todos los espectadores con la boca abierta como si contemplásemos el final de una tragedia griega de Eurípides o Sófocles. (Morir/Es un arte, como cualquier otra cosa./Yo lo hago excepcionalmente bien./Lo hago por sentirlo hasta las heces./Lo hago para sentirlo real./Podemos decir que poseo el don./Es fácil ejecutarlo en una celda./Es muy fácil hacerlo y guardar la compostura./Es teatral).
Fue una poeta excepcional atrapada durante los últimos meses de su vida en un miserable departamento, atormentada por su soledad insufrible, atrapada también en el ambiente de apariencias que rondaban los años 50, del que Silvia fue una genial exponente, porque había sido criada para ser complaciente, y quizás lo logró, fue complaciente con su familia, con los profesores, con el público que contemplaba su aparente matrimonio perfecto. Pero detrás de la típica ama de casa, encantadora y de amplia sonrisa y de la absurda puesta en escena se encontraba una mujer apasionada, que no había logrado un matrimonio feliz, una mujer insatisfecha de sus logros a pesar de su tremenda genialidad, una Medea del siglo XX que a diferencia de la original no eliminó de la escena a sus hijos para vengarse de su ex marido victima de celos atroces sino a sí misma.
El otro tema es la muerte, específicamente Silvia siempre sintió una especial atracción por el suicidio. En el verso la muerte es tratada como una danza que se tiene que ejecutar cada cierto tiempo, en realidad cada década marca un incidente trágico, porque a los 10 años murió su padre, (Sin embargo, soy la misma, idéntica mujer./La primera vez que sucedió tenía diez./ Fue un accidente), a los 20 años tuvo su primer intento de suicidio, y probablemente fue la segunda etapa más dura y confusa de su atormentada existencia: (La segunda vez pretendí/ Superarme y no regresar jamás./Oscilé callada./Como una concha marina./Tenían que llamar y llamar/Recoger de mí los gusanos perlas pegajosas).
Parece ser que cada década simboliza algo especial en el verso, no un renacimiento sino un volver a la muerte en forma trágica (Lo logré otra vez,/Me las arreglo/una vez cada diez años). Y finalmente como para cerrar con broche de oro la llegada de los treinta (Y yo una mujer sonriente./Tengo solamente treinta años. /Y como gato he de morir nueve veces.), con lo que llegaría el tercer encuentro con la muerte: (Esta es la número Tres./Qué desperdicio/Eso de aniquilarse cada década.), y es precisamente este el encuentro definitivo, el cierre del telón en tres actos, dejándonos a todos los espectadores con la boca abierta como si contemplásemos el final de una tragedia griega de Eurípides o Sófocles. (Morir/Es un arte, como cualquier otra cosa./Yo lo hago excepcionalmente bien./Lo hago por sentirlo hasta las heces./Lo hago para sentirlo real./Podemos decir que poseo el don./Es fácil ejecutarlo en una celda./Es muy fácil hacerlo y guardar la compostura./Es teatral).